Cuando supe que I Origins era una película de Mike Cahill, el director de Another Earth (Otra Tierra), la busqué de inmediato, tenía el convencimiento de que me iba a dejar pensando varias horas (o días) después de verla. Eso fue lo que me sucedió con Another Earth. Y la historia se repitió. Es una película muy inteligente, una extraña mezcla de ciencia ficción y la eterna batalla entre la religión vs ciencia con una buena historia de amor en el fondo.
Un joven científico de nombre Ian, religiosamente escéptico, experimenta con gusanos, animales que poseen unicamente dos sentidos (tacto y olor). Su objetivo es hacer que los gusanos muten y desarrollen el sentido de la vista, es decir, que sean capaces de percibir la luz.
Hay un diálogo maravilloso, poderoso, entre el científico y su novia Sofi (una chica más de corte espiritual) en el laboratorio.
Sofi: Cuantos sentidos tienen los gusanos?
Ian: Tienen dos. Tacto y Olor. Por qué?
Sofi: O sea ... ellos viven sin la capacidad de ver. Ni siquiera saben que la luz existe, correcto?
La noción de luz para ellos es inimaginable.
Ian: Pues... sí
Sofi: Pero los humanos... nosotros sabemos que la luz existe. Sabemos que la luz está alrededor de ellos... justo encima de ellos... y no la pueden sentir. Pero con una pequeña mutación, lo conseguirían, es correcto?
Ian: Correcto.
Sofi: Entonces... Doctor Ojo ... tal vez algunos humanos, algunos humanos raros ... han mutado para tener otro sentido. Un sentido espiritual. Y pueden percibir un mundo que está justo encima de nosotros ... en todas partes, al igual que la luz sobre estos gusanos.
Tal vez esa fuerza divina que algunos llamamos Dios esté ahí justo al lado nuestro y lo que nos hace falta es inventar el instrumento para detectarlo (ó mas importante, comunicarnos con él). Podría ser el teléfono que Andy Warhol le regaló a Jim Morrison en la película The Doors de Oliver Stone, un teléfono para hablar con Dios. O la máquina que construyó Jodie Foster en Contact.
Tal vez esa herramienta ya fue inventada y cuando alguien la puso alguna vez en nuestras manos simplemente decidimos tirarla a la basura, tal como lo hizo Morrison con el teléfono mágico.
PS: La escena del ascensor es desgarradora. Literalmente, ahora que lo pienso.
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